Friday, August 31, 2007

Marrón pantone 256 seductor

Él era un profesional a la hora de esconder la mirada, profunda como el atlántico, bajo unas gafas de sol “de marca”, lo más oscuras posibles. Ray-Ban? Tal vez. A esta altura esos son algunos de los detalles que ella ya ha olvidado mientras que el tiempo ha perpetuado otros.

En las tardes que se encontraban en la plaza del medio de las dos facus más representativas del centro de la ciudad: Medicina y Económicas, ella le pedía a pleno sol que no le privara de poder mirarle de vez en cuando… directamente a los ojos. Porque ahí, de esa manera y a esa hora, ella se lo comía. Más que a besos, con miradas.

Con la boca de lado acostumbraba a sonreír a medias, fifty fifty guapo y tierno, y... finalmente se las quitaba, aunque le era difícil resistir que ella deseara verle y tuviera que aguantarse un poco.
Dice la canción que ella ha abrazado como bandera para recordarle en secreto, que le miraba fijo y lento buscando descifrar qué había en sus ojos.

Todo iba bien entre claustros, chocolatinas y exámenes hasta que una tarde, después de bajar las escaleras de mármol que desembocaban en la plaza él le pidió tregua. Esa clase de cosas que nunca deberían pedirse: Tiempo, espacio… ¿libertad?. Un poco antidemocrático sentenció: “Morena, hasta nuevo aviso”.

Contraria a sus impulsos ella se atrincheró entre el silencio y la paciencia. Y esperó que un día una mirada fuera la contraseña deseada. A cambio recibió una llamada indicando fecha y lugar.
La cita fue en Córdoba y Callao, en la esquina de los bancos, a esa hora perfecta para el alma… cuando la tarde empieza a regalar colores. Imposible esnifar quién de los dos iba más perfumado.

Tanto como a él las gafas, a ella le gustaba resumir dos o tres cosas para hacer cada día. Escribir… elemental como respirar.

A la hora señalada ella tenía una lista larga en la que destacaban: 1) ahorrar para llenarle el tanque de gasolina juntos a tu madre para que nos siga financiando los paseos nocturnos para devolverme a casa – era parte de la herencia de educación militar aunque él la disfrazara con esa coletilla de “siempre que a uno le importa una chica y la cuida, o mi viejo me cortaría los huevos”-, 2) sacar una fotocopia a la última página del cuaderno de apuntes del curso de verano juntos – en la que él registraba el vestuario que la morena de pelo largo de la última fila llevaba puesto cada día -, 3) esconderte las gafas el día menos pensado, hasta nuevo aviso,…

Él no llevaba listas. A modo de chuleta una frase sencilla: “Mirá, todo fue muy lindo pero… hoy será nuestro último día. Así será más fácil. Para los dos”.

¿?
Y así fue claro. Nadie podía esperar otra cosa.

Al cabo de un tiempo la cambió por otra, a la que también le pidió tiempo… y espacio. Y luego a otra…
Dicen los que le conocen que es su modus operandi. Se presume que anda solo por la vida por haber abrazado como bandera “mejor solo que mal acompañado”. Incapaz de mirarse al espejo y ver proyectado el embrujo de esos ojos que ella aún registra en la retina como si él se los hubiera marcado a fuego.

No se si ese escaso tiempo juntos pudo haber sido fuente de inspiración para Manzanero al parir su “Nos hizo falta tiempo…”

Todavía hoy, ella se deja envolver por una versión remix del bolero pero con la precaución de cerrar los ojos para no dejarse hechizar por otros.

Nadie sabe nada de la vida del galán. Ella lo busca a veces en los links de contactos empresariales con la esperanza de encontrarle dos minutos a solas en un chat, antes de alguna reunión de estrategia – aunque tampoco se sabe a qué se dedica ahora – y él le cuente que ahora él también bebe la vida en vasos de ésos a los que los amigos llaman “felices”.

Más que esperanza, es utopía.
Debería estar prohibido que los románticos viajaran en los asientos individuales de la vida sólo porque la compañía les resulta el peor de los excesos de equipaje. Tal vez sólo por eso se tengan merecido que los hoteles les cobren suplemento por ocupar una doble en versión “single”.

Ella lo recuerda sobre todo en verano, bajo unos ¿Ray Ban? negros y añora volver a oler a humedad al recorrer esos altos claustros, algún día.

En realidad nadie sabe si los fantasmas existen porque se proyectan en el azogue o porque se esconden en los rincones de las bibliotecas de universidad. A lo mejor es que no se apartan porque todos (los que alguna vez estuvimos enamorados) inevitablemente llevamos alguno que otro pegado al alma.


2 comments:

*//////* said...

Este relato fué como vivirlo ... por como lo describes...

Me encantó :)

Besos, muñeca.
¿Como será tu nombre?

alderechoyrevessiempreyo said...

Pero no se si los ojos eran marrones o azules. Eso no se quedó en mi memoria ...