Pase de visita

Sin pase de visita anoche se ha metido un gato en casa.
Un gatito. Pequeño. No diré bonito porque no me gustan los gatos.

Y tengo un problema asociado: A nuestra hija sí le gustan. Y a veces nos pide pasar por las rocas cerca del paseo marítimo para verlos.
(Son unos cuantos gatos callejeros. Abandonados. Raquíticos casi.).

No es por justificarme. Pero a mí no me gustan los gatos. Y esta mañana luego de sorprenderlo en un pequeño sofá, lo invité a abandonar la casa.
Se me rebeló al principio. Pero luego se tuvo que hacer a la idea de que no había sitio para él. Porque así lo decidía yo en ese momento.

Cerré la ventana que olvidé abierta anoche. Una de las dos de la cocina.
Y por si acaso, cerré también el ventanal del baño de abajo. Y me fui al trabajo.

Si bien es verdad que la casa es grande, diré en mi defensa que “Tres son multitud”.
No, no necesitamos un gato en casa. De ninguna manera.

(La nena dormía cuando salí de casa.
Y el padre, también.
De modo que ella no tiene por qué enterarse).

Me acompañó hasta el coche, intentando darme pena.
No lo ha conseguido. Ni lo conseguirá.

De hecho, lo que ha hecho es darme trabajo. Lavaré a fondo la funda del sofá donde imagino que pasó toda la noche.
Miau ...