Friday, September 28, 2007

Pacto entre caballeros

Era lunes por la noche. Juan y María habían llegado a casa casi a la vez, y mientras una preparaba la cena y el otro ponía la mesa, los dos miraban de reojo el calendario de la cocina.

Esperaban en secreto, cada cual por su lado, los resultados de unos análisis médicos.
Anhelaban tener el sobre en las manos, aunque todavía faltaran 7 días.

En realidad una semana representaba nada, comparada con el tiempo que llevaban esperando un hijo.

Los dos intuían que esta vez los análisis confirmarían hechos reveladores que darían a la vida en común un giro por completo.



Juan quería ser padre. Pero por encima de todo, quería a María y estaba dispuesto a cualquier cosa para hacerla feliz. María se lo merecía, entre otras cosas porque era la única mujer que le había prometido fidelidad, y sabía que no le había fallado nunca.

María quería un hijo de Juan. Sino nada. No quería probetas ni experimentos extraños. Ese bebé tenía que venir de una siesta, o de una noche. Sino, nada.
En el fondo creía a pie juntillas que “a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”, y sus hermanas no habían perdido el tiempo a la hora de procrear.

María, romántica a ratos como era, le había confesado a su hermana mayor que el 14 de febrero había cambiado la historia. Estaba segura.
Ese encuentro sexual a medianoche, medio dormidos, con un Juan recién llegado del aeropuerto después de meses sin verse, había sido determinante.

Lo que omitió contarle fue que lo había notado raro, mitad violento, mitad apasionado. Creía que ese comportamiento tal vez podría haber sido consecuencia de algún sueño premonitorio de Juan mientras estaba de viaje, y puesta a ocultar información, se guardó también ese comentario de su marido aun más raro que su actitud: “Muy bueno, demasiado bueno. Mejor no hablar nunca de este polvo no vaya a ser que se pierda la magia”.

Todavía retumbaba en su cabeza lo único que, sorprendida, había dicho – “¿avergonzado a esta altura del partido, o acaso es efecto del jetlag?. Hasta mañana, venga... me alegro de tenerte de vuelta en casa” -.


Juan y María sabían todo el uno del otro. Casi. Porque María esa noche ignoraba tres cosas: la existencia de Tomás, el hermano de Juan; que los gemelos comparten juegos ... y silencios; y que el amor es capaz de aprobar asignaturas pendientes incluso en la convocatoria de septiembre.


Por fin ya es lunes de nuevo.

Sobre la mesa, un sobre espera que Juan vuelva a casa, mientras María recuerda la noche de San Valentín. La misma madrugada en la que Juan, sentado mirando el monitor del aeropuerto, con los resultados de su prueba de esterilidad en el bolsillo, dejaba escapar su vuelo que, como su paternidad, como la confianza en sí mismo, se alejaba.

María, con la cara entre las manos, sonríe.
Juan también. Desde el portal, se arma de valor para subir a casa.
Caprichos de la genética: sabe que va a ser tío.

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