Thursday, April 03, 2008

Visita al cementerio - III -

Siempre que llovió, paró (dedicado a mi abuela Emilia)

AYUDA MEMORIA: COPIARLO DEL PEN DRIVE
“Siempre que llovió paró”

A mi abuela Emilia, quien sobrevivió a unas cuantas ausencias vitales…
y luego se apagó para siempre



Mientras empezaba a caer la tarde, sobre la mecedora y acompañada por el vaivén regular del movimiento, acunaba uno a uno sus recuerdos.
Esa misma mañana la había llamado “Espe”, su única nieta, para advertirle que había soñado con aves multicolores. No había dicho mucho más, sólo que la quería.

Desde lejos el trino de los pájaros penetraba por la rendija de ese enorme ventanal que no cerraba del todo, imposible recordar desde hacía cuántos años.
Se daban cita en la escena una cruz de plata vieja entre sus manos, un vaso de té frío a medio tomar, una manta bordada al crochet, los últimos colores de la tarde y unas pocas gotas que resbalaban torpemente para encontrarse con la tierra.

En sus pupilas se reflejaba el arco iris. Uno a uno, todos sus colores.
María se dejó transportar por ellos, como quien sale de viaje y el tren de los recuerdos encalló en la estación “1.987”.
Entonces, a diario, los colores asomaban de las jaulas dejándose acariciar en exclusiva por las manos del abuelo, quien respetaba rigurosamente los horarios de cada ingesta. Los pájaros, su vida.
El abuelo, que en Paz descanse, como él mismo decía. Una tarde maravillosa se marchó sin previo aviso, como llegó el sol después de una docena de días tristes y llorosos. Había guardado en sus pulmones un negro temporal que nadie hubiera podido imaginar. Siquiera su propio hijo que repetiría diagnóstico, tres años después.

El abuelo dejó la casa y todos se tuvieron que acomodar, como buenamente pudieron, a su ausencia. Bueno, casi todos, porque los pájaros se resistieron. Se negaron a comer durante tres rigurosos días; pasado ese tiempo prudencial fueron abandonando la casa. Uno a uno, en orden aleatorio, mientras el reloj anunciaba puntualmente la hora del desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena.
Así se fueron los siete, repitiendo el esquema del arco iris. Nunca se supo si por respeto, o por pura disciplina.
Con el tiempo todos la fueron dejando sola.
Hasta su nieta que de puro inteligente que era eligió un pájaro más grande y seguro para emigrar.

De pronto llueve en su interior. María no quiere dejar entrar estos recuerdos.
Malditos pájaros. Nunca le hicieron gracia...

Cae definitivamente la tarde; y María ya no puede resistir el sueño.
Los pájaros trinan violentamente.
El viento ha sacudido la claraboya de la buhardilla. La brisa se hace cada vez más fuerte.
Un pájaro ha entrado en su casa sin permiso. ¡Qué atrevido! Trae en el pico un billete que anuncia un viaje de ida. Mejor dicho, de vuelta. De vuelta de hoja.


17.02.2007

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